miércoles, julio 01, 2015

Continua...

Conforme avanzaba el día emprendí rumbo hacia la ladera oeste del roquerío,presentía que esta silenciosa desolación daría paso a algún valle y quizás a un curso de agua, la sed estaba comenzando a nublar mi pensamiento.

Mientras caminaba me entretenía mirando las nubes que, a baja altura, se desplazaban en la dirección del viento, pequeños atisbos en mi memoria me traían esta visión desde otro ángulo, como si yo flotara por sobre las nubes y contemplara desde lo alto este mismo paisaje.

Comenzaba a sentir el cansancio de la caminata cuando me percaté de algo inusual, el sonido de mis pasos resonaba a un volumen inusitadamente alto, y si prestaba atención incluso un dejo de eco distorsionado se podía escuchar después de cada zancada. Noté, asimismo, la ausencia de prácticamente cualquier otro sonido en el ambiente, sólo podía oír lo que sonaba en un radio adyacente a mi posición, mi respiración, el sonido de los guijarros que crujían bajo mis pies y, de fondo, el diálogo que mi mente iba formando segundo a segundo.

Una curiosa pregunta me asaltó de súbito, ¿y si era mi propia mente la que creaba esos sonidos? ¿cómo podría diferenciar la naturaleza física de las diferencias de presión en el aire y su interacción con mi aparato auditivo y mi sentido de la audición, del recuerdo que tenía de como suenan las cosas en mi mente? ¿y si apareciera un sonido nuevo, un sonido al que no le pudiera atribuir una causa conocida, lo escucharía acaso?

El sol estaba alto, casi en el cenit del mediodía, me detuve un momento para descansar, quizás para aquietar mis ideas, y me senté a la sombra de una saliente que parecía un techo de piedra, una especie de plataforma que se desprendía de la base rocosa de un cerro, extraña forma, casi aparecida de la nada y que desentonaba con la monotonía simétrica del entorno, ahora ya no escuchaba nada y la quietud era completa, sólo eramos yo y el paraje que se desplegaba ante mis ojos, y el aire y el cielo con sus nubes y su sol, agarré un puñado de pequeñas piedrecillas y las dejé escurrir entre mis dedos.